La primavera pasada, una mujer de 23 años conducía su automóvil por la ciudad de Tobermory, en Ontario. Era un territorio desconocido para ella, por lo que estaba siguiendo obedientemente su GPS. De hecho, estaba tan concentrada en seguir el dispositivo que no se dio cuenta de que su automóvil se dirigía directamente a Georgian Bay, por lo que condujo por un embarcadero y se metió directamente en el agua helada. Afortunadamente logró salir y nadar hasta la orilla, mientras su Yaris rojo brillante se hundía bajo las olas. Accidentes como este se han vuelto extrañamente comunes. En Manhattan, un hombre siguió su GPS hasta un parque, donde su auto quedó atascado en una escalera. Y en Europa, una mujer belga de 67 años se extravió notablemente por su GPS, convirtiendo lo que se suponía que era un viaje de 90 millas a Bruselas en un viaje de un día a Alemania y más allá.
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Expansión de horizontes La exploración europea en los siglos XV y XVI se basó en muchas fuentes. Un creciente deseo de expansión y comercio, junto con los avances en la construcción naval y la técnica comercial, fomentó la búsqueda de nuevos mercados y de fuentes legendarias de metales preciosos y otros productos básicos. La exploración y el comercio portugueses a lo largo de la costa de África Occidental y las islas del Atlántico, alentados y dirigidos por el Príncipe Enrique de Avis, el Navegante, continuaron durante todo el siglo XV. Reunió un equipo internacional de expertos que hizo avances revolucionarios en geografía, navegación y cartografía. Manuales, guías y cartas, junto con la invención de instrumentos náuticos más sofisticados y prácticos, profesionalizaron lo que había sido en gran parte un oficio intuitivo. Crucial para estas innovaciones fueron las contribuciones musulmanas y judías en la cartografía y los instrumentos de navegación. Cristóbal Colón se hizo a la mar en la cresta de estos avances marítimos.
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